Un humilde homenaje a Santiago Manuin |
I
Fines de los años 70. Recuerdo que
paseando mi forzoso paro por la vieja Lima siempre terminaba hacía
el medio día, cuando acababa la jornada de búsqueda de una chamba,
en librerías de viejo por la plaza Francia y alrededores. Me gustaba
entretener
mi hambre leyendo
todo tipo de revistas y libros, aprovechando, como esos
jóvenes que recordaba Galeano, que en cada visita pudiera
abordar otro capítulo de su ópera prima o simplemente iniciar una
nueva lectura. Creo
que a fuerza de amor por leer
iba cada vez más temprano, total los trabajos siempre escaseaban y
los libros no. En una de esas oportunidades me topé con una galería,
repleta de libros y anaqueles de fierro. En la última fila, contigua
a un zaguán que fácilmente nos comunicaba con otros puestos de
venta, encontré un verdadero tesoro. Para lecturas rápidas,
cómodas, fácilmente digeribles y básicamente baratas, porque se
podían alquilar, estaban las revistas El Tony y D´Artagnan, de las
que más recuerdo, y alguna que otra más.
II
Títulos como Pehuén Curá, El capitán
Camacho, El Chumbiao, Santos Vega, Martín Toro o Cabo Savino, que
venían por episodios que podían o no ser contiguos
en el tiempo, casi
como las historias de Rayuela,
y cuyos héroes se desenvolvían como soldados o baqueanos
del ejército argentino, casi siempre del lado oficial, internándose
en las pampas o en el desierto y siempre en expediciones punitivas
respondiendo
casi con similar reciprocidad
los malones organizados desde los tolderíos de unos pueblos
extraños, que entonces me parecían casi ficticios, con nombres
medios raros, mala apariencia, rostros filosos, ojos brujos
y siempre con un facón al cinto, o aguardando muy pacientemente la
acción sorbiendo
un mate.
Gilgamesh y Nippur, mis héroes juveniles |
III
Otras ilustraciones, y otros textos, no
me revelaban sino mucha imaginación y futurismo, acercarme a
Gilgamesh, el Noé sumerio que era
inmortal y vivió
en todas las épocas, peleando en muchos
ejércitos, casi siempre del lado equivocado, creo; y, también
Nippur, personaje de la Edad del Hierro, líder de alguna de las
ciudades Estado de la magnífica Sumeria, cuna de todas las
civilizaciones, que hoy ha sido convertida en un rosario de pueblos
hambrientos y miserables y basurero de proyectiles de uranio
empobrecido. Y pensar que decían, al igual que para la Libia
bombardeada
por la Otan, que era un país que había alcanzado un notable
desarrollo y ambas despuntaban
en el Medio Oriente. ¿Será que los judíos sionistas prefieren un
mosaico de estados fallidos conviviendo
con huestes del
integrismo
islámico
financiadas por los saudíes que los quieren hacer más pobres con
sus guerras santas?
IV
Pero, amagando la historia y volviendo a
las lecturas
juveniles, debo
reconocer que fueron los primeros personajes de esas inolvidables
historias, esos
que se enfrentaban a los indios malos de la pampa, emergidos de
tolderíos miserables y montados
siempre en
magníficos corceles, alguna vez envidiados por sus perseguidores,
como en aquel western-ficción
“Yo, gran
cazador”, hermosa
metáfora del
conflicto entre indios y blancos,
en el que un joven cazador,
encarnado por Martin Sheen, se
enfrentaba a un indio por la posesión de un hermoso caballo blanco,
que era propiedad del indio como las tierras de las que los
expulsaron. Esos personajes eran los que me atraían un poco más. La
mayoría de los huincos que
pertenecían
al ejército argentino tenían las características del gaucho
empobrecido y, gracias a
excelentes guionistas gauchos,
hasta
la manera de expresarse
del gaucho que empobrecido se alistaba en la milicia para que, en la
noble “misión civilizadora” de Rosas o de Urquiza o de Sarmiento
despoblaran la pampa y el desierto de “indios malvados”. Por
eso se pintaba a los
ranqueles o a los tehuelches que no aceptaron el providencialismo de
esos
“visionarios” dirigentes políticos, casi siempre espoleados y
financiados por los grandes ganaderos y los latifundistas, como
indios insensibles, malos, cuyos cráneos fueran tema
de estudio para criminólogos
como Lombroso y otros, que tenían tanta fama en esos tiempos
convulsionados y que aseguraban
que esas características, las del indio, también correspondían al
del ser degradado genética y físicamente, justificando más el
exterminio.
Juan Calfucurá, con uniforme militar |
V
Hoy se sabe que no son las
características físicas las que determinan la criminalidad de tal o
cual sujeto. Al igual que tener piel blanca no mejora tus intenciones
y tus cualidades. Los americanos que les quitaron sus tierras a los
comanches, navajos, etc. son tan blancos como aquellos argentinos que
expoliaron y también casi exterminan a los tehuelches, ranqueles,
mapuches,
etc. Por eso es que algunas asociaciones de derechos que tal
vez no consigan que les devuelvan sus tierras ni el estado ni la
transnacional Benetton, están
luchando por su honor y dignidad,
pues quieren
que se devuelvan los huesos y cráneos
de los tokis y lonkos que están arrumados como piezas en museos
antropológicos, como el que fundó Perito Moreno, porque órdenes
administrativas y militares empoderaron a pretendidos justicieros de
esa oficialidad huinca para exhumar irrespetuosamente
los
restos, por ejemplo, del gran cacique Juan Cafulcurá, mal llamado el Atila de las pampas. Que, algunos
jefes como Cipriano Catriel sirvieran para las armas argentinas no
mengua la grandes virtudes de aquella raza que se opuso a los
designios de los que querían apropiarse de las tierras y del Estado
genocida que los apoyaba en su latrocino.
Episodios de la matanza de Cholula. Por Félix Parra. |
VI
Los
pueblos originarios vuelven a sufrir parecidas calamidades a las que
sufrieron cuando los españoles invadieron estos feraces territorios.
Mal equipados para resistir enfermedades occidentales, porque no las
conocían, nuestros ancestros indígenas no pusieron soportar ni la
viruela ni el sarampión ni la sífilis que traían las huestes de
Pizarro o las de Cortez. El número de víctimas de las matanzas de
Cajamarca o de Cholula, empequeñece con las nada comparables cifras
de asesinados que
murieron por estragos epidemiológicos o a aquellas que murieron por
esa otra fiebre de riquezas que ya traían los occidentales y
cristianos y que trastocando el sistema de la mita indígena
convirtieron
éste
sistema de trabajo ritual en un sistema de trabajo esclavo, que
impusieron y que entre ambas causas,
la mita y las enfermedades, se
convirtieron en la principal razón de la implosión demográfica
ocurrida en el Tahuantinsuyo.
Compatriotas no contactados en la frontera con Brasil |
VII
Hace
muy poco murió Santiago Manuin con afecciones que el Covid-19 de por
sí letal había potenciado y que devastaron su organismo ya
debilitado por la
diabetes
y los 8 balazos que le encajó con furia asesina la policía a
órdenes del presidente suicida. También José Tijé Huaracho, uno
de los más reconocidos líderes de Madre de Dios, acaba de fallecer
por efectos de la indetenible pandemia. En este caso no solamente
fueron sus debilitados organismos los que no pudieron resistir.
También se sumó un sistema sanitario destrozado y mal
equipado por
las políticas de
ajuste permanente de
los últimos gobiernos en los últimos 30 años. Y no solo en el Perú
el covid-19 se está ensañando con nuestros pueblos originarios, y
hasta
en aquellos que estableciéndose en las reservas indígenas tratan de
aislarse para escapar de la muerte, es
decir,
ni el aislamiento puede
evitar el contagio, nada
les salva del destino cruel. Recientes informes nos indican que
pueblos originarios del sur de nuestra América, de Chile y de
Argentina como los Qom,
Mbya, Moqoit, Mapuche, Guaraní, Tupí Guaraní, Avá Guaraní,
Kolla, Diaguita,
Wichí,
Huarpe, Chorote, Chulupi, Sanavirón, Ranquel, Wehnayek, Atacama,
Lule, Quilmes, Mapuche-Pehuenches, Tehuelches, Mapuche-Tehuelches,
Selk‘nam, Haush y Selk‘nam-Haush, también
están sufriendo el ataque de la pandemia
con resultados que nos sugerirían genocidio planificado o dirigido.
Edwin Chota, líder asesinado por madereros ilegales |
VIII
Será
posible que podamos aceptar
como normal que
hay un serio y criminal intento en despoblar el
campo, tal como antaño
lo intentaron
con políticas centralistas, con industrializaciones dirigidas a las
urbes, con guerras sucias y esterilizaciones forzadas, amén de
endilgarles una pobreza estructural para eliminarlos
y forzar,
como quiso hacer el presidente suicida, y que por suicida no deja de
ser asesino y ladrón, despoblar la selva de los famosos “perros
del hortelano” para venderla literalmente a precio de ganga a los
intereses extranjeros, porque los nacionales siempre son los cobardes
segundones que nunca arriesgaron nada, ni las coimas a ofrecer como
lo demuestra el escándalo de las constructoras en el penoso caso
Lava jato.
La
gran pregunta es ¿quieren volver a verlos dignos y orgullosos
portando sus lanzas y pintados para la guerra?¿Encabezados
por Edwin Chota y los tres dirigentes ashaninkas que fueron
asesinados por madereros ilegales?¿Para no
solamente recuperar sus tierras sino también para volver a ser
libres, respetados, con iguales derechos que los demás, los
quieren volver a empujar a la violencia?
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